Su carita miraba en dirección al horizonte que se llevó su vida, estaba inmóvil frente al lente y silencioso ante el cuaderno que escudriñaba notas. El mar en su acostumbrada rutina lo sacó de sus entrañas y lo llevó hasta la orilla.
Aylan tenía solo 3 años. No hace falta conocerlo para que toque el alma, no hace falta haber compartido su nacimiento para llorarlo, no hace falta haberlo escuchado para pensarlo. Sucedió a muchas millas, pero no es un tema lejano. Aylan no era sólo de Siria, también es de Gaza, de Yemen, de Afganistán, de la India, de Venezuela y de Colombia. Es de todos los países que te obligan a partir, es de todos los países que ahogan el futuro por sus conflictos, por sus guerras reales e imaginarias, por la absurda conquista del suelo pretendiendo el cielo, por el ego y la brutalidad.
Aylan, como muchos niños, no tuvo elección. No es su culpa salir corriendo, no es su culpa los conflictos armados, no es su culpa la soberbia, no es su culpa el naufragio, no es su culpa el Miedo... sin embargo pagó por ello.
Una noticia como esta duele. Cuando se es madre, duele. Cuando se es humano, duele.
Es demasiado... Es demasiado
de todo y demasiado de nada.